Estimados
poeliteratos:
En las
oposiciones de lengua cada vez resulta más habitual que, en lugar de exigir
comentarios completos, se concreten una serie de preguntas relacionadas con los
diferentes textos que se proponen. Y en el caso de los textos poéticos, la
métrica suele aparecer de manera recurrente.
A
continuación se ofrece el análisis métrico de un precioso poema de Bécquer. Una
vez más, el comentario no pretende ser exhaustivo y lo que se busca es poder
realizarlo en el menor tiempo posible recurriendo a una terminología que nos
permita demostrar que dominamos la materia.
Esperamos
que os sea de utilidad.
“¿De dónde
vengo…?”
¿De dónde
vengo?... El más horrible y áspero
de los
senderos busca;
las huellas
de unos pies ensangrentados
sobre la
roca dura,
los despojos
de un alma hecha jirones
en las
zarzas agudas,
te dirán el
camino
que conduce
a mi cuna.
¿Adónde voy?
El más sombrío y triste
de los
páramos cruza,
valle de
eternas nieves y de eternas
melancólicas
brumas.
En donde
esté una piedra solitaria
sin
inscripción alguna,
donde habite
el olvido,
allí estará
mi tumba.
Por lo que respecta a la estructura externa, lo primero que llama la
atención es la forma versificada, la presencia de ritmo y verso. Estamos, por
tanto, ante un poema de 16 versos repartidos en dos estrofas de ocho versos
cada una. Se observa una correspondencia entre la estructura externa y la
interna que no siempre es habitual, ya que internamente el poema puede
dividirse en dos partes que se corresponden a las dos grandes subiectios planteadas
por el poeta: ¿de dónde vengo? (vv. 1-8) y ¿a dónde voy? (vv. 9-16).
Siguiendo las indicaciones de Isabel Paraiso, nos ocuparemos en este plano
fónico de la métrica atendiendo a los cuatro factores que la componen: cantidad
(o número de sílabas), intensidad (distribución de los acentos), tono (pausas)
y timbre (rima).
Comenzando por la cantidad, hay que señalar que el poema presenta una
estructura anisosilábica, con seis versos endecasílabos (vv. 1, 3, 5, 9 11, 13)
y diez heptasílabos (vv. 2, 4, 6, 7, 8, 10, 12, 14, 15), mezclando así
versos de arte mayor y de arte menor. Como suele ser habitual en la lírica, las
sílabas métricas no siempre coinciden con las sílabas fonológicas, por lo que a
la hora de realizar el cómputo silábico, además de los diptongos (“huellas) e
hiatos (“sombrío”) se han tenido en cuenta otros fenómenos como las sinalefas
(v. 1 “horrible y”, v. 3 “de unos”, verso 5, “alma hecha”, por citar algunos
ejemplos), dialefas (v. 9 voy? El) y la acentuación, como en el verso 1,
proparoxítono, y que nos obliga a restar una sílaba al cómputo total del
verso.
La rima es asonante (riman solo las vocales) y sigue un esquema similar al
del romance, puesto que riman solo los pares (u, a). Sin embargo, tenemos
versos endecasílabos y heptasílabos, lo que nos acercaría de alguna forma a la
silva (de hecho, algunos autores hablan de silva arromanzada). Llama la
atención la elección de la rima con las vocales u-a, especialmente la primera
de ellas (la vocal –u es que aparece con menos frecuencia en el léxico español)
asociada a lo oscuro, lo melancólico (recordar la famosísima aliteración del
verso de Góngora (“Infame turba de nocturnas aves”), que no nos permite hablar
de cierto fonosimbolismo o metáfora fónica: todo el poema pretende evocar un
sentimiento de tristeza, melancolía y soledad, sentimiento que se intensifica
aún más a través de la rima.
Al igual que en la cantidad, no podemos hablar de una intensidad regular,
como cabría esperar, por ejemplo en un soneto. Esta irregularidad métrica nos
hace pensar que estamos ante un texto perteneciente al Romanticismo, cuya nota
característica es la recuperación de metros tradicionales españoles (en este
caso el romance y la silva), pero combinadas entre sí e innovándolas, lo que
responde al ideal romántico de la libertad poética. Por último, al hablar del
tono, destacar las pausas versales de los versos 2, 4, 6, 10, 14 y 15; las dos
pausas estróficas de los versos 8 y 16 y la pausa final de verso 16. Mencionar
también las pausas interiores de los versos 1 y 9, tras las interrogaciones
retóricas, la primera de ellas resaltada incluso con el empleo de los puntos
suspensivos, que remarcan la tensión y expresividad del poema.
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